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Feche Monserrat

Estilo de vida
Invitame un Cafecito

¿Cómo estás?

Amigo, perdoname si no supe interpretar los pedidos de auxilio que intentaste camuflar. Quizás no fue suficiente preguntarte “¿cómo estás?”. Si no sentiste confianza para poderme contar. Aunque muchos hoy te juzguen y te traten de cobarde, sé que hay que ser valiente para hacer lo que lograste. Varias veces quise hacerlo y no tuve el coraje para apretar el gatillo después de autoflagelarme. Solo quiero que más nadie llegue a ese punto extremo de marcharse de este mundo y no luchar más por sus sueños. Lamento haberte fallado y no haberme dado cuenta de que con esa sonrisa, estabas tapando mierda. No pretendo que me cuides, si yo no supe hacerlo, pero sí me gustaría saber qué no estás sufriendo. Y si hay alguien en la misma escuchando esta letra, que no dude que conmigo puede contar cuando sea. Espero que tu alma vuele. Espero que por fin te eleves. Y que cuando el día llegue, nos podamos abrazar una vez más.
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¿Cómo hago?

¿Cómo hago para aplacar tanto dolor en el pecho? Si a veces hasta me cuesta respirar. Estoy rodeado de gente, pero me siento completamente solo. Como si fuera poco, y por muy ridículo que parezca, busco excusas para aislarme. A veces, disfruto de mi tiempo en soledad, no voy a negarlo porque es así, pero a veces, esa soledad es dañina; me come los huesos, los nervios, la carne y hasta los pensamientos. ¿Cómo hago para seguir disimulando? Ya no quiero que me pregunten si estoy bien ni que me pidan que cambie la cara o que aprenda a disfrutar. No quiero que se me acerque nadie porque ya estoy cansado de confiar y equivocarme, de confiar y perder, decepcionarme y sentirme abandonado. No quiero nada de eso, pero quiero una mirada de complicidad, una conversación sin palabras y un abrazo sincero que me envuelva como un capullo. ¿Cómo hago para acallar esa voz que me paraliza, me humilla y me llena de miedo? Esa voz que está en mi cabeza, pero también en la calle, en mi casa, en mi trabajo y en donde sea que esté. Esa voz que me juzga y me critica con desprecio, que se multiplica y me anula, que grita más fuerte que yo y sopla como un huracán que arrasa con todo. ¿Cómo hago para romper la dieta estricta a base de comerme mis palabras? Sin llegar al extremo de empacharme con mis pensamientos o de vomitar mis sentimientos más profundos y sinceros. Ya no soporto este gusto amargo en la boca que me recuerda cómo es la vida conmigo, pero también cómo soy con ella. ¿Cómo hago compañero pa’ decirle que no he podido olvidarla? Sin tomarme nada en serio, pero haciendo un drama por todo. ¿Cómo hago para tener confianza en mí mismo? Si nadie más parece confiar en mí realmente. Si no me la creo y me saboteo permanentemente. Si me censuro, me torturo, me autoflagelo y cuando tengo un descuido permitiéndome brillar, me termino arrepintiendo. Porque las caídas duelen más cuando caés desde un lugar alto.
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Tornado 2012 (esta vez en Ituzaingó)

*Tornado 2012 (esta vez en Ituzaingó)* es el primero de mis cuentos en ser publicado. Este es el libro que lo contiene; una antología de historias de suspenso escritas por distintos autores. Muchas gracias a todos los que me ayudaron con los cafecitos y a quienes compraron el libro. Pueden conseguirlo en formato digital en la página de la editorial y si quieren la versión impresa, como me gusta a mí, pueden hablarme por privado. Pronto se vienen más cositas.
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Entre amigos

Todavía recuerdo, como si hubiera sido hace un toque nomás, ese momento en el que te vi por primera vez. Estabas sentada a la mesa conversando con Jazmín. Tenías un vestido (corto) y yo un amor (en la mano). Tomás ayudaba a Laura en la cocina a preparar la picada. Fue entonces cuando llegué. Toqué el timbre, Tomi me abrió la puerta, me saludó con un abrazo, como siempre, y me acompañó hasta el comedor. “Te presento a Candela, mi cuñada”, me dijo “y portate bien”, agregó. Le respondí “Sabés que siempre me porto mal, eso lo aprendí de vos”, nuestra respuesta habitual. Me presenté y las saludé con un beso. Después, mientras Tomi fue a recibir a Bruno, que justo había llegado, me fui para la cocina y ayudé a Laura a terminar de preparar todo y a llevar las cosas a la mesa. En una de esas idas y vueltas con las cosas, me dijo “Mi hermana se está quedando acá por unos días, mientras tiene a los albañiles trabajando en su casa. Espero que se integre rápido; vas a ver que es buena onda”. Saludamos a Bruno y nos sentamos todos a la mesa que, como era redonda, estábamos cómodos para poder hablar entre todos. Me senté entre Jaz y Bruno. Lau y Tomi estaban en las sillas restantes. La noche transcurrió como una de las típicas juntadas de nuestro grupo. En ese entonces, era “mi” grupo de amigos y no el tuyo, pero vos te uniste inmediatamente. Nos reímos mucho con las anécdotas de Bruno con su ex novio, de las clases de canto fallidas de Jaz, de mis chistes malos y del desastre que son tu hermana y mi mejor amigo haciendo las cosas de la casa. Entre tanta charla, no me di cuenta en qué momento se terminaron las pizzas y había perdido la noción del tiempo. Decidimos comprar helado y con excusa de estirar un poco las piernas, me ofrecí a ir a buscarlo caminando; total, la heladería estaba a tres cuadras nada más y la noche estaba hermosa. Además, no suelo aguantar mucho tiempo encerrado en un departamento porque me agarra cierta claustrofobia. Cuando estaba por bajar, Bruno y vos me avisaron que me acompañarían. Vos querías un poco de aire y él quería cigarrillos, un oxímoron de la vida. Salimos a la calle y empezamos a caminar. Bruno me agarró de la mano y te dijo “No le digas a los demás que nosotros estamos saliendo”, y ante tu silencio, agregó “Es un secreto, porque Marcos todavía no se anima a contarlo”. “Tranquilos, chicos; prometo no decir nada”, contestaste e inmediatamente los tres estallamos en carcajadas y le solté la mano a mi amigo. En ese momento no entendía lo que realmente estaba pasando; con el diario del lunes, todo tiene sentido. Mientras nosotros comprábamos el helado, Bruno fumaba en la vereda. Por suerte, a vos te molestaba el cigarrillo tanto como a mí. Pedimos un kilo de dulce de leche, granizado, mouse de limón y chocolate con almendras. Sabíamos que con esos gustos, dejábamos a todos conformes. Todo el camino de regreso fue en silencio, pero no dejábamos de mirarnos. En realidad, puede que Bruno nos haya estado hablando, pero al menos yo no lo escuché. Estaba distraído en tus ojos color miel, tus mejillas blancas, tu sonrisa tímida y tus rulos castaños al viento. Ya sé, vos decís que no son rulos, son ondas, pero para mí, es lo mismo. Ya de vuelta en la casa de los chicos, comimos el helado mientras jugábamos al Uno. Creo que no gané ni un solo partido, pero eso no me importó, a pesar de que normalmente soy muy competitivo. Lo único que me importaba era esa sensación reconfortante de bienestar que me invadía. La noche terminó de lo más normal. Bajamos todos y nos despedimos en la puerta. Jaz alcanzó a Bruno hasta su depto, vos te quedaste en el living de Lau y Tomi y yo me fui a mi casa. Si bien no pasó nada más entre nosotros, ese fue el inicio de nuestra historia, la llave a una nueva vida. ¿Quién hubiera imaginado que el azar (tal vez con un poco de ayuda de tu hermana y mi mejor amigo) nos cruzaría de esa forma? Las semanas siguientes estuvimos mensajeándonos como si tuviéramos diecisiete años y nos vimos en las reuniones de los sábados hasta que empezamos a salir juntos. A los meses, nos mudamos juntos, adoptamos un perro de la calle y formamos nuestra familia. Le pusimos Chano, porque lo encontramos chocado y lo llevamos al veterinario. Pasaron algunos años y no puedo imaginar cómo llegamos hasta este punto de no retorno. Nuestras vidas cambiaron radicalmente. Vos estás viviendo con Bruno desde que descubrí que me engañabas con él, tras encontrarlos juntos en mi propio sillón un día que volví antes del club porque se había suspendido el entrenamiento. El grupo de amigos, que supo ser una familia por elección, terminó partiéndose en pedazos, como mi corazón. Jaz se fue a recorrer Europa, se casó con un francés, se instaló allá y ya casi no nos habla. Bruno y yo ya no nos dirigimos la palabra. Todavía no logro comprender cómo se atrevió a jugar a mis espaldas y a burlarse de mí, si yo siempre estuve ahí para apoyarlo cuando lo dejó su exnovio. Lau y Tomi no se metieron en nuestra separación, ellos siempre nos respetaron, pero las cosas ya no son como antes. No pasan mucho tiempo conmigo o con ustedes para que no creamos que tienen preferencias o que eligieron “un bando”, o por lo menos eso es lo que me dijo Lau, y la entiendo. Por tu culpa perdí a mis mejores amigos, a mis hermanos, a mis analistas y pacientes, a mis compañeros de aventuras, esos con los que celebrábamos juntos y también llorábamos juntos, los que estuvieron en todas. Hasta te quedaste con Chano. Ellos ya no están y vos tampoco. Ahora solo falta que me vaya yo.
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Cuento con canciones de lluvia

Se hace de noche de golpe y no son ni siquiera las tres de la tarde. Hoy está nublado, frío y solo quiero estar con vos. Llueve afuera y además está desierta la ciudad. Estoy en mi cuarto, con la luz apagada, sentado sobre la cama y con la guitarra en la mano. Dejé la ventana a medio abrir y me llega un olor a tierra mojada con recuerdos de infancia. Qué épocas aquellas en las que el gris era solo uno de los colores de la valijita para dibujar y que, en los días de lluvia, salíamos a jugar y hasta hacíamos carreras de “barquitos” con palitos en el agua que corría junto al cordón. La imagen que veo por la ventana me recuerda a una canción que tocaba cuando iba a la escuela y – a medias – se convierte en realidad. Era una tarde cualquiera y la lluvia la volvió canción. Voy hasta la cocina, pongo la pava y me preparo un café con leche. Lo corono con una cucharadita de cacao y un toque de canela, como te gustaba a vos. Sé que conmigo nada es fácil, me conocés bien y si es cuestión de confesar: soy adicto al café y no entiendo de fútbol. La verdad es que también lloro una vez al mes, sobre todo cuando hace frío, pero nada de eso justifica lo que hiciste la otra noche. Te esperé bajo la lluvia y cuando llegaste, me miraste y me dijiste “loco, estás mojado, yo no quiero caminar en la lluvia y empaparme como vos”. Te fuiste y no me diste tiempo ni a explicarte que se me había roto el auto y que tuve que ir en colectivo para no perderme nuestra cita. Por eso esperaba con la camisa empapada a que llegaras a Santa Rosa y Muñiz, nuestra esquina de siempre. Esa fue la última vez que nos vimos. Desde entonces, si te preguntan, vos no me conocías. Por mi parte, no te guardo rencor. Es solo que preferiría que te hagas cargo y no culpes a la noche, a la playa, a la lluvia y admitas que no me amás, que ya no me evites ni me des más vueltas y seas clara. Con el café en la mano, me asomo a la puerta. Me paro a tomar la infusión con el hombro izquierdo apoyado en el umbral. Estoy solo recordando mientras los segundos van pasando; no sé cómo te podré olvidar. Cae la lluvia en la ventana dibujando tu mirada y cada instante es una eternidad. Pensé que el agua se iba a detener en algún momento, pero todo lo contrario. En paralelo, tu recuerdo viene a mí como un aguacero que se convierte en tormenta tropical y arrasa con todo lo que tengo en la cabeza. Ya no sé ni qué pensar, si tu recuerdo me hace bien o me hace mal… Lo que vos no sabés es lo que pasó después de aquél último encuentro. Fui a verte para hablar y justo que estaba llegando a tu casa, me encontré con tu amiga, Laura. Ella se puso nerviosa y me empezó a hablar y a hablar. Claramente, no quería que llegara a tu casa. Mientras ella me entretenía, vi a un auto llegar. Tocó bocina, bajaste, saludaste al pibe que manejaba y te fuiste con él. Señalándole el auto a Laura, le pregunté quién era él y no me supo responder, o en realidad no quiso hacerlo. Yo sé que no debía buscarte al otro día, pero no pude evitar hacerlo. Necesitaba al menos darle un cierre a lo nuestro. Ahora que lo pienso mejor, creo que buscarte es menos digno que pensarte, más difícil que encontrarte y menos triste que olvidarte, pero sé que te tengo que olvidar. Llueve todavía. El cielo está cansado ya de ver la lluvia caer. Parece que esto no va a terminar nunca, a diferencia de mi café. La taza está vacía, como mi buzón de mensajes. No tenés que decirlo, no vas a volver. Te conozco bien. En este momento no encuentro forma alguna de olvidarte porque seguir amándote es inevitable. Si, inevitable. Lo mismo dijo Thanos y así le fue. Menos mal que ser fan de Marvel me dejó algunas enseñanzas. Aunque por momentos parezca lo contrario, nada es inevitable y si acaso no brillara el sol por varios días y quedara yo atrapado acá, puedo agarrar la guitarra y refugiarme en la música. Después de todo, detrás de todas las tormentas, sale el sol y hasta entonces, cuento con canciones de lluvia. Playlist: Llueve - Ella es tan cargosa. Nublado y frío - Ticky. Invierno - Reik. Inevitable - Shakira. Mil horas - Los abuelos de la nada. Rosas - La oreja de Van Gogh Será que no me amas - Luis Miguel Luz sin gravedad - Belinda. Tu recuerdo - Ricky Martin y Lamari Llueve todavía - Joystick Obsesionario en La Mayor - Tan biónica Seguir viviendo sin tu amor - Luis Alberto Spinetta Cada vez que sale el sol - Sergio Denis
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Tuyo

Llegaste y te fuiste de nuevo, no dijiste ni adiós ni te quiero. Robaste todos mis pensamientos y te los llevaste con vos. Trajiste un puñado de sueños. Vos me hiciste morder el anzuelo. Dejaste tu perfume en el viento y en mi cabeza, esta canción. Yo no quiero cambiarte. Yo no intento obligarte. Si no vas a quedarte, ya no vuelvas más. Yo no quiero cambiarte. Yo no intento obligarte. Sabés que no soy tuyo ni de nadie más. Soltaste mi mano otra vez y como un tonto, acá me tenés. Tu frío agrieta mi piel y congela todo alrededor. Yo no quiero cambiarte. Yo no intento obligarte. Si no vas a quedarte, ya no vuelvas más. Yo no quiero cambiarte. Yo no intento obligarte. Sabés que no soy tuyo ni de nadie más.
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